Cuando entré al supermercado habían unos toldos como de una feria artesanal. Sentí que me miraban, pero no hice caso. Realicé mi compra y a la salida me detuvo el señor de un toldo diciéndome que debía hablar conmigo. Él enfatizó que lo escuchara sin interrumpirlo. Me habló de mi vida, mis penas, hasta de mi mal manera de dormir y de mis sueños con lujo de detalles. No podía creerlo. Cuando terminó me regalo dos piedras, un cuarzo rosado y un lapislázuli en una bolsa de terciopelo rojo para que las llevara siempre conmigo. Yo estaba sorprendida, pasmada, no sabía que decir, lo único que vino a mi mente fue preguntarle que le debía. Pero él fue muy claro y me dijo que no le debía nada, que él necesitaba hacer lo que hizo. En mi aturdimiento, nunca le pregunté ni su nombre, ni donde lo podría contactar de nuevo y mucho menos el porqué. Aún su recuerdo me sorprende.
Comentarios
Publicar un comentario